En las últimas horas, esa es una frase de lo más común, pero antes de "volver a la normalidad" es aconsejable reflexionar algunas cosas. Antes del sismo que nos sacudió el 19 de septiembre de 2017, recuerdas ¿Cómo éramos?, ¿Qué estabas haciendo? incluso es válido preguntar; ¿Que opiniones tenían algunas personas sobre el simulacro en el que habíamos participado?
Al menos yo, vi rostros en los que había fastidió por realizar el simulacro, escuche la voz de quien nos trasmitió la obligatoriedad de participar en el simulacro casi en tono de súplica. Cuando el sismo sucedió, en la realidad y ya no solo como simulacro, la información recibida escasas horas antes nos fue útil, al menos sabíamos en que zona debíamos concentrarnos, después del sismo nada fue igual.
Los siguientes minutos el aire de muchos de nosotros se llenó del ulular de las sirenas, el olor a gas escapando de algunos locales, observar el acordonamiento de la zona, la molestia de algunos y la preocupación de muchos, me enteré hasta después que a solo unas cuadras de donde estaba, el edificio de Álvaro Obregón se había derrumbado.
Fui testigo de cómo vía redes sociales muchos mexicanos, la mayoría desconocidos entre ellos, comenzaron a brindar apoyo, a ofrecer lo que fuera necesario y estuviera a su alcance para ayudar a rescatar a nuestros hermanos, a nuestra gente.
Era mi turno y de los míos, la historia nos estaba dando una oportunidad, nos estaba llamando y no hay que hacerla esperar.
Agradeciendo y poniendo en marcha la idea de mi esposa (¡bendita sea!), convocamos a familia y amigos para ir a Morelos a brindar nuestra ayuda a personas que ni conocemos, ni nos conocen pero que adivinábamos la requerían. Reunimos pequeñas despensas y nos fuimos pensando en poder llegar temprano, pero un accidente en el Circuito Exterior Mexiquense nos lo impidió. Eso nos permitió conocer "casualmente" a una pareja que iba a Jojutla a entregar despensas, lo cual te da una mayor motivación si es que hiciera falta.
Tepalcingo, primera parada, luego a Los Sauces, de ahí a El Limón, un ángel disfrazado de "jovencita entusiasta" nos indicó pasáramos a Telixtac, por último a Tétela de Volcán, el viaje pensado para un día nos demandó dos.
Como era lógico esperar a nuestro paso encontramos casas derrumbadas, algunas dañadas y otras a punto de caerse, pero también encontramos personas de Toluca y de Iztapalapa que estaban deseosos (al igual que nosotros) de entregar su ayuda directamente a las personas afectadas, ver en su mirada la generosidad y el entusiasmo al preguntarnos “Disculpé ¿usted sabe dónde necesitan ayuda?, porque queremos hacerles llegar esto que traemos”. Nosotros ante ello, les informábamos sobre los lugares donde nos habían comentado podrían necesitarla y, pensé “¡Que padre! Así es mi México”.
No deja de sorprender encontrar personas de escasos recursos económicos que se negaron a recibir la ayuda, con el argumento irrebatible de “nosotros, aunque somos pobres, estamos bien gracias a Dios, pero las personas de tal o cual lugar son las que requieren el apoyo”. Eso es una lección de vida, dicen que experiencia no es lo que te pasa, si no lo que haces con lo que te pasa, así que la pregunta que surge en forma obligada es; ¿Qué haces ante ello?, simple, muy simple, apoyarlos también, por supuesto.
Encontrar quien te guiara para llegar y salir de las distintas comunidades en la noche, escuchar las bendiciones hacia tu persona y una pregunta a la que aún no tengo respuesta ¿Cuándo volverán?
De pronto, alguien nos preguntó; “¿De quién es el carro tal que esta estacionado aquí afuera?”, con un hilo de voz respondo “Mío”, que a tu respuesta te abracen y te digan “Gracias por lo que están haciendo por Morelos, por nuestra gente” es simplemente maravilloso.
Lo más emocionante, fue escuchar gritos de “gracias por su ayuda, se los agradecemos”, los aplausos a la salida de algún municipio, el regalo de unas limas en muestra de gratitud, ver letreros indicando “Baño, descanso y comida gratis”, “Muchas gracias por su apoyo”, grande y generoso es el corazón de nuestros mexicanos.
Como dice la canción “No sé tú, pero yo…”, yo fui sacudido de mi confort de la vida cotidiana, del vivir diario “normal”, y por ello, no quiero volver a la normalidad, a esa donde prevalece la corrupción, donde no puedes confiar en quienes te representan, donde existe el abuso hacia los demás, donde prevalecen más “las ordenes” que “rescatar a un compatriota”. No quiero esa normalidad, donde no se cuida la forma en que se construyen edificios, donde existe pereza para participar un simulacro.
¿Realmente necesitamos situaciones así para que el mexicano florezca?, aspiro a que no.
Lo que quiero es apoyar a mis hermanos de cualquier manera, regresar a aquellas comunidades que requieren de ayuda y no solo material, que haya conciencia al construir un edificio, pues no sabremos quién lo habitará, continuar cediendo el paso, porqué sé que es lo mejor, agradeciendo a Dios por lo que tengo y por quienes están a mi lado, despedirme con un “te quiero”, pues la verdad no sé si regresaré. Tratar con amabilidad a quien tengo al lado e incluso a quien conduce junto a mí en las avenidas, porque tengo la certeza que él o ella, en el caso de que me encuentre debajo de los escombros, estarán dispuestos a ayudarme, dejarán sus labores para ser voluntarios, para traer comida, herramientas y lo que la situación demande para el rescate, y van a exigir que continúen las labores hasta que se me encuentre, poder confiar en mi México, que es su gente, sus personas, sus héroes sin capa.
No sé tú, pero al menos yo, no quiero volver a la normalidad.